Un nuevo acuerdo, una nueva tregua, alguna esperanza antes del estallido final. EEUU y sus instrumentos de dominación, como el FMI y la OTAN, no pueden consentir el congelamiento de una situación que rompe toda su estrategia de cerco a Rusia a través de las sanciones y la expansión de la OTAN y empujará todo lo que sea necesario a los neonazis que gobiernan Kiev para que rompan este nuevo acuerdo que, objetivamente, refuerza de forma significativa tanto la postura de Rusia como las aspiraciones del Donbass.
Se puede discutir si con dicho acuerdo se mantiene o no la unidad de Ucrania, con el Donbass integrado en ella, o si con el reconocimiento de una amplia autonomía y descentralización se inicia un camino que desembocará de forma inevitable en la separación de las Repúblicas Populares de Donetsk y Luganks porque esto es, y no otra cosa, lo que reclaman ahora las poblaciones de ambos lugares. Y ello es consecuencia de la obcecación de la junta neonazi de Kiev de negar todas las reclamaciones que presentaron ya en el mes de mayo de 2014 y que, inicialmente, aunque con un fuerte componente antifascista, se limitaban a la federación y al respeto a la lengua rusa. Ahora estos aspectos ya son insuficientes para una población que ha soportado la guerra durante casi un año.
No obstante, en esta ocasión, y a diferencia del acuerdo anterior, en septiembre de 2014, ahora la junta neonazi ha tenido que ceder de forma clara, bien haya sido por la situación militar o por la presión de Alemania y Francia, que han actuado como garantes del mismo. Ucrania se ha convertido en uno de los eslabones más claros de la geoestrategia actual, con permiso de Siria. Cuando después de casi un año de guerra tres dirigentes políticos como Putin, Merkel y Hollande (Poroshenko no cuenta, es un pelele neonazi en manos de EEUU) dedican varios días a un acuerdo de este tipo es que se está poniendo en juego algo muy grande.
La guerra, por ejemplo. Porque eso, y no otra cosa, es lo que están buscando con ahínco los EEUU para revitalizar su complejo militar-industrial y, de paso, su economía. Junto con el desplome de una Rusia pujante en el ámbito económico y con un papel estelar en el ámbito internacional. No hay que perder de vista que desde enero está en funcionamiento la Unión Económica Euroasiática (Rusia, Bielorrusia, Kazajstán y Armenia, con la incorporación de Kirgizistán en mayo), que China ha ofrecido a la UEE firmar un Tratado de Libre Comercio y que Rusia está agilizando las alianzas militares con países latinoamericanos como Cuba, Nicaragua y Venezuela volviendo de forma clara a contar con una importante presencia en América Latina.
Es evidente que una acción de este tipo en Ucrania sólo se justifica si el miedo de la UE a una guerra, junto al rápido deterioro de la situación militar y a la bancarrota evidente, política y económica de Ucrania, no hubiese obligado a las dos potencias de Europa (la otra, Gran Bretaña, se alinea incondicionalmente con EEUU en todas las ocasiones) a meter en vereda, o llevar algo de cordura, así sea temporal y a la fuerza, a Poroshenko. Porque esta es otra de las cuestiones a resaltar de este nuevo acuerdo: Poroshenko se ha visto obligado a dar su visto bueno al mismo, por la presión de Alemania y de Francia, aunque cuente con el apoyo de EEUU, y ha tenido que aceptar una mala paz para prevenir un desastre militar, otro más, ante unas milicias que no son todavía un ejército unificado. Esta no es una afirmación baladí: a pesar del fracaso de la nueva movilización, la cuarta desde que comenzó la guerra, había logrado reunir a casi 90.000 soldados y voluntarios fascistas; sin embargo, casi el 10% de ellos, unos 8.000 estaban cercados por las milicias en el enclave de Debáltsevo.
En el momento de escribir este artículo la ciudad ya estaba en manos de las milicias habiendo recuperado una importante cantidad de material bélico, capturado al menos 200 prisioneros (entre ellos 12 oficiales) y habiendo logrado un indudable éxito militar porque se garantiza así un corredor permanente, en línea recta, entre las dos capitales de las repúblicas, Donetsk y Luganks. Es más, junto a este hecho, que pone de manifiesto la capacidad de combate de las milicias, se está diciendo que la junta neonazi ha perdido 3.008 soldados, 3 aviones, un helicóptero, 209 tanques, 199 vehículos de todo tipo y 225 cañones. Si hubiese seguido la situación así, la derrota de los neonazis hubiese sido catastrófica, por lo que tanto Alemania como Francia tuvieron que acudir en su ayuda y, al mismo tiempo, intentar retrasar una mayor implicación de EEUU en la guerra puesto que estaba a punto de ofrecer material militar a Ucrania. Al menos temporalmente, esto se ha parado con este nuevo acuerdo.
Lo que se está filtrando del mismo, deja a Poroshenko en muy mal lugar. Se le retrata como un hombre sin iniciativa alguna, saliendo una y otra vez de la sala de reunión para hacer llamadas telefónicas al Estado Mayor del Ejército ucraniano (y se supone que a EEUU), se le veía demudado a medida que pasaban las horas y constataba lo que estaba encima de la mesa, se le veía tembloroso y sudoroso. Incluso se dice que el acuerdo que se acabó firmando no es el original, sino uno más “dulcificado” porque Poroshenko, después de esas llamadas telefónicas, dijo que según estaba la redacción no lo podía asumir. Si eso es así y, por el momento, entra dentro del campo especulatorio a la espera de más datos, estamos ante una indicación clara de que tanto Alemania como Francia estaban dispuestas a ir mucho más allá de lo que se ha ido. Porque cada vez es más evidente que desde septiembre para acá, desde que se constató la incapacidad de la junta neonazi de Kiev de cumplir doblegar al Donbass –como ha ocurrido con la recuperación del aeropuerto de Donetsk por las milicias- , ha cambiado la relación de bastantes de los países de la UE respecto a Ucrania pasando del apoyo incondicional a una frustración apenas contenida por el costo, económico y político, que supone el mantener a este “aliado”.
Ucrania es un país en bancarrota y el crédito que el FMI concedió dos horas después de la firma de este nuevo acuerdo, por un valor de 17.500 millones de dólares, no va a paliar mucho la situación aunque sí a corto plazo porque supone algo de fluidez para las arcas ucranianas. Con este dinero Ucrania va a profundizar sus pritatizaciones (ya se ha anunciado que el precio del gas se aumentará el 280%), a desmantelar lo poco que queda de servicios públicos y, también, a modernizar su armamento de cara a la nueva y seguro definitiva ofensiva contra el Donbás. Sin embargo, este crédito se concede a lo largo de 4 años y nada garantiza, al menos por el momento, que con un agravamiento de la guerra eso se mantenga.
Aquí se entra en la cada vez más evidente disputa entre una parte de la UE, representada por Alemania y Francia, y EEUU (junto con otra parte de la UE como Gran Bretaña, Polonia y los países bálticos). Los primeros necesitan a toda costa rebajar la tensión con Rusia y los segundos quieren continuar con la presión para debilitar a la cada vez más pujante potencia. Este enfrentamiento se está soslayando con el empuje de la OTAN, donde el liderazgo estadounidense es incuestionable. El envío de tropas a Polonia y los países bálticos, el reforzamiento de las bases aéreas y el lenguaje agresivo que sostiene -en contra de las evidencias, como por ejemplo manteniendo que hay tropas rusas en el Donbás cuando la propia Organización para la Seguridad y Cooperación Europea (OSCE) lo niega- dejan muy a las claras que el objetivo final es completar el cerco contra Rusia y ese cerco se cierra con la entrada de Ucrania en la OTAN.
Los neonazis de Kiev ya han dado el primer paso derogando el acuerdo por el que Ucrania pertenecía al Movimiento de Países No Alineados. Y, como es lógico, el Donbás ya ha declarado por activa y por pasiva que no va a aceptar nunca la presencia de la OTAN. El primer ministro de Donetsk, Alexander Zajarchenko, lo acaba de decir bien otra vez: para ellos la pertenencia a la OTAN es inaceptable y el simple hecho de plantearlo supone convertir en papel mojado el nuevo acuerdo que se acaba de firmar en Minks. En mayor medida, este es el “casus belli” de Rusia porque nunca va a aceptar la presencia de la OTAN en sus fronteras y Ucrania es su última frontera.
A día de hoy, tanto Alemania como Francia, son conscientes que mantener la tensión con Rusia va a llevar a sus países al desastre. Las sanciones agrícolas y ganaderas que impuso Rusia en represalia por las sanciones que la UE había impuesto previamente están llevando a la ruina al sector y ya se reconoce de forma abierta que las pérdidas que están ocasionando las sanciones rusas se cuantifican en más de 21.000 millones de euros (1), tres veces más de lo que se preveía inicialmente. Por el contrario, las sanciones europeas y estadounidenses a Rusia han supuesto a este país unos 32.000 millones de euros, por lo que casi es comido por servido.
A ello hay que sumar los puestos de trabajo que se están perdiendo en toda Europa. Pero también hay que añadir otras cuestiones de relieve, como la construcción naval. Francia construyó un porta-helicópteros a Rusia, el “Mistral”, que está varado por las sanciones. Pero son 600 millones de euros muy necesarios para las arcas francesas. Por ello Francois Hollande es uno de los más fervientes partidarios de que se llegue a una solución “digna” (para los intereses de la UE y, por lo tanto, para Francia) y poder normalizar las relaciones con Rusia.
Hollande está presionado por un importante sector interno, desde el neofascista Frente Nacional a sectores de izquierda y sindicales, incluyendo a no pocos intelectuales, que critica con mucha dureza el servilismo respecto a EEUU y se pone como ejemplo el que el gobierno francés no se opuso a la multa de 9.000 millones de dólares que Washington impuso a una institución francesa como el Banco Paribas por comerciar con Cuba. Eso fue el año pasado y ahora se recuerda a Hollande que EEUU y Cuba han acordado la normalización de relaciones diplomáticas, aunque no se haya levantado el bloqueo. Esta es una de las razones por las que Hollande ya ha dicho que si los acuerdos se cumplen, ese barco será entregado a Rusia “en breve plazo”, además de hacer declaraciones muy rupturistas con el discurso oficial de la UE diciendo que apoya la autonomía e, incluso, la federalización de las repúblicas de Donetsk y Luganks. Merkel no va tan lejos, por supuesto, pero sabe que es un proceso irreversible.
En todo este diseño hay un pero: los neonazis de Kiev. Han roto todos y cada uno de los acuerdos que han firmado, desde el ya lejano acuerdo con Yanukovich para adelantar las elecciones (abril de 2014) hasta el primer alto el fuego (junio de 2014) y el primer acuerdo de Minks (septiembre de 2014) por lo que este nuevo acuerdo tiene pocas posibilidades de que se cumpla. Pero ahora es muy diferente de las otras veces porque está en una situación mucho peor, a nivel político y militar. El reclutamiento que ha puesto en marcha ha fracasado estrepitosamente, como ha reconocido el Ministro de Defensa al afirmar que sólo se han logrado el 20% de los objetivos previstos. Sólo en la primera semana de febrero 20.000 ciudadanos ucranianos entre 18 y 65 años llamados a filas traspasaron las fronteras rusas huyendo del mismo, por lo que el gobierno ucraniano tuvo que prohibir la salida al extranjero de los hombres comprendidos entre esas edades.
Sin embargo, en esta ocasión sus pérdidas son más cuantiosas que en las anteriores y van a tardar más tiempo en reponerse, por lo que no será hasta el verano cuando esté en condiciones de relanzar la guerra en lo que entiende que será la ofensiva definitiva. Para ello cuentan con el apoyo armamentístico de Polonia, que está surtiendo de material a la junta de Kiev, y con el entrenamiento (y es más que probable que también armas) de EEUU para reforzar tanto el ejército como la Guardia Nacional. Ese es el plazo con el que todo el mundo cuenta a partir de ahora.
El reloj comienza a correr para todo el mundo. Porque si los neonazis se van a rearmar para preparar una nueva ofensiva, también Donetsk y Luganks se van a fortalecer, las milicias se van a dotar de una estructura más centralizada y se irá formando un verdadero Ejército, ahora en embrión sobre todo el Luganks donde ya existe el Ejército del Sur-Este con unos 9.000 integrantes. De momento, ya se están creando tres brigadas mecanizadas que van a permitir con mayor rapidez tanto el control de mayores extensiones de territorio como de defensa de las ciudades amenazadas. También se fortalecerán las estructuras políticas de las dos repúblicas, se tendrá un mayor control de las zonas liberadas en estas últimas semanas y se incrementarán las relaciones políticas, económicas y militares de ambas.
También en este tiempo la diplomacia se va a mover de forma muy acelerada. Unos, como Rusia, plantean claramente una situación parecida a Chechenia, es decir, el Donbass permanecerá formalmente en el seno de Ucrania pero tendrá un estatus especial muy amplio y disfrutará de subvenciones del gobierno central. Otros, como Alemania y Francia, plantean el caso de Voivodina (enclave serbio dentro de Kosovo) y hay quien, como EEUU (y su pelele Poroshenko) sólo busca la derrota total de las repúblicas díscolas como primer paso para hacer hincar la rodilla a Rusia. Sin embargo, será el llamado Grupo de Contacto (Ucrania, Rusia y la OSCE), junto a los representantes de las repúblicas del Donbass, quienes tengan la última palabra sobre el modelo a seguir y que será incluido en la reforma constitucional de Ucrania.
Dado que EEUU no está presente en las conversaciones, y que Poroshenko está en una situación muy débil, son las dos opciones primeras las que más posibilidades tienen de convertirse en realidad si EEUU da una oportunidad para la paz, lo que está por ver y, no hay que decirlo, es la opción preferida de sus más fieles vasallos, los neonazis de Kiev. Porque también hay que mencionar que hay una fuerte discrepancia entre Alemania y EEUU por el futuro de Ucrania. No sólo por una cuestión geopolítica, sino porque la postura pro ucraniana le está pasando factura a Merkel. En las elecciones celebradas este mes de febrero en el land de Hamburgo, su partido fue ampliamente derrotado por los socialdemócratas que, a pesar de ser sus socios en el gobierno federal, tienen una postura un poco más matizada respecto al seguidismo respecto a EEUU y apuestan por una versión más “europea” de la situación en Ucrania.
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